La arquitectura Toraja y la importancia de la religión
La isla de Sulawesi, una de las más de 2000 islas que componen Indonesia y, puede que, de las menos turísticos de todas ellas, esconde una región central llamada Tana Toraja. En este espacio rural incomparable, la población convive entre la modernidad y las tradiciones más ancestrales en pequeñas aldeas formadas por viviendas tradicionales llamadas Tongokan. Éstas son construcciones que destacan por sus tejados en forma de barco invertido, un homenaje a los primeros Toraja que llegaron en barco a la región provenientes de Indochina.
Las casas son familiares, intransferibles y su decoración determina el estatus social de las familias. Tradicionalmente han sido construidas en bambú, un material muy extendido en toda la isla y lo más destacable es la decoración de su exterior. Con tres colores, el negro, simbolizando la muerte, el amarillo, que simboliza la tierra y el rojo, representando la sangre, se graban las paredes con connotaciones espirituales.
Detalle decorativo
Aunque los Toraja son un pueblo católico y protestante, religión que adoptaron cuando los holandeses colonizaron el país, siguen estando estrechamente ligados a su cultura más primitiva, que se basa en la religión animista, lo que determina la arquitectura interior de los Tongokan. ¿Y qué tiene que ver la arquitectura con la religión?
Iglesia Toraja
En Tana Toraja no sólo sorprende la arquitectura sino sus tradiciones funerarias que influyen drásticamente en la distribución y forma de las viviendas, y tiene una explicación. Los funerales Toraja tienen una duración de tres a cinco días donde se sacrifican búfalos y cerdos -la tradición dice que para poder abrir las puertas del cielo necesitan viajar con el alma de estos animales-, cuya cantidad determinará la posición y estatus social de la familia. Visto que la adquisición de estos animales requiere una suma importante de dinero, se ven obligados a esperar hasta ahorrar lo necesario y, por tanto, deben conservar el muerto en casa hasta que pueden afrontar el gasto</strong >. Normalmente, pasan de uno a tres años desde el fallecimiento hasta el entierro, lo que les obliga a destinar un espacio de la casa para conservar al difunto así como para resguardar el ganado que se sacrificará en el impresionante funeral.